Un anciano que pasaba los días sentado en un banco de la plaza que
estaba a la entrada del pueblo, era muy querido por sus vecinos y
siempre contestaba con mucha sabiduría a cualquier
pregunta que le hicieran.
Un día, un joven se le acercó y le preguntó:
–Hola, señor, acabo de llegar a este pueblo, ¿Me puede decir, cómo es la gente de este lugar?
–Hola hijo, ¿De dónde vienes? Preguntó el anciano.
–De un pueblo muy lejano.
–Dime, ¿Como es la gente allí?
–Son egoístas, envidiosos, malvados, estafadores… por eso me fui de aquel lugar en busca de mejores vecinos.
–Lamento decírtelo, querido amigo, pero los habitantes de aquí son iguales a los de tu ciudad.
El joven, lo saludó y siguió viaje.
Al siguiente día pasó otro joven, que acercándose al anciano, le hizo la misma pregunta:
–Acabo de llegar a este lugar, ¿Me podría decir cómo son los habitantes de esta ciudad?
–¿Cómo es la gente de la ciudad de dónde vienes?
–Ellos
son buenos, generosos, hospitalarios, honestos, trabajadores… tenía
tantos amigos, que me ha costado mucho separarme de ellos.
–Los habitantes de esta localidad también son así. Respondió el anciano.
–Gracias por su ayuda, me quedaré a vivir con ustedes.
Un
hombre que también pasaba muchas horas en la misma plaza, no pudo
evitar escuchar las dos conversaciones y cuando el segundo joven se fue,
se acercó al anciano y le preguntó:
–¿Cómo puedes dar dos respuestas completamente diferentes si los dos jóvenes te hicieron la misma pregunta?
–En
realidad todo está en nosotros mismos. Quien no ha encontrado nada
bueno en su pasado, tampoco lo encontrará aquí. En cambio, aquellas
personas que tenían amigos en su ciudad de origen, también los
encontrarán aquí, porque las personas reciben aquello que ellas mismas
están dispuestas a dar a los demás.
"Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos." SAL.:19.8